En mi recorrida por los territorios israelí y palestino, me encontré con varias sorpresas.
Una de ellas es que una parte de la biblioteca dice que Jerusalén es la capital de Israel, y que la otra parte de la biblioteca dice que la capital es Tel Aviv.
No se trata de una discusión inocente. Se trata de una que podría encender de nuevo la hoguera en la región.
Es la preocupante posibilidad que resurgió en estos días, a partir de la decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como la capital oficial del país.
Ni Clinton, ni Busch, ni Obama, por “razones de seguridad nacional”, se habían atrevido a tanto. Trump, fiel a su línea de imprudentes medidas, sí lo hizo.
El magnate acaba de asestar un duro golpe a la intención palestina de formar un Estado libre, y a la búsqueda de paz, seguridad y estabilidad para esa zona.
La Organización para la Liberación de Palestina habla de “catástrofe”, y hasta sugiere dejar sin efecto todo acuerdo firmado con Israel hasta el presente.
Para la prensa internacional y para el resto del mundo, la histórica “Ciudad de David” sigue siendo una no reconocida capital de Israel. O, si lo es, lo es “de facto”.
Es como si Israel fuera un país que no tiene capital
Historia de la polémica
Todo comenzó el 14 de mayo de 1948, cuando se proclamó el Estado de Israel, declarándose capital a Tel Aviv, entonces de cuarenta y dos años de antigüedad. Fundada en 1906, se fusionó con Jaffa para conformar una sola y gran ciudad.
El lío que sigue hasta hoy empezó un año y medio después, el 5 de diciembre de 1949. Ese día, Israel declaró como nueva capital del país a la antigua Jerusalén.
Era algo que no podía hacer porque estaba en plena guerra con Jordania, dueña de toda la otra parte, Este, de Jerusalén, un territorio de setenta kilómetros cuadrados.
La “parte vieja”, como también se la conoce debido a que allí está el emblemático Muro de las Lamentaciones, el Santo Sepulcro y el Monte del Templo.
El 5 de junio de 1967, Israel destruyó toda la aviación de Egipto, Siria y Jordania. Luego ocupó el Sinaí, la margen izquierda del Jordán y las colinas del Golán.
También conquistó la parte Este de Jerusalén, conquista jamás reconocida por ningún país del mundo.
Tanto que la ONU sigue considerando a Jerusalén Este, de mayoría árabe, “territorio ocupado”.
Pese a la oposición mundial, desde aquella “guerra de los seis días” Israel dice que la ciudad entera es su capital.
A su vez, la Autoridad Nacional Palestina también reclama esa histórica parte de la ciudad para hacerla su capital el día que se convierta en una nación.
Jerusalén Este, para los palestinos, es “la capital eterna del estado palestino”.
A pesar de ello, en julio de 1980, Israel aprobó una ley declarando capital a Jerusalén.
Alegó que la capital de Israel debe ser Jerusalén porque en ese lugar está su sede, la Corte Suprema de Justicia, el Banco de Israel y otros organismos oficiales.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas rechazó dicha declaración porque significaba la incorporación de hecho a Israel de Jerusalén Este, controlada por Jordania.
En adhesión a esa resolución, todas las naciones con delegaciones diplomáticas en ese país trasladaron sus embajadas a la capital original, Tel Aviv.
Muchos países consideran a esta ciudad como la verdadera capital de la nación hebrea.
Otra vez Estados Unidos
En 1995, el congreso norteamericano aprobó una ley que exigía al país sacar su embajada de Tel Aviv y llevarla a Jerusalén, sagrada para tres religiones
Dijeron que debe respetarse la elección de Israel de que Jerusalén sea su capital, y se la reconozca como tal.
Es lo que Trumph acaba de hacer, abriendo el camino a nuevos enfrentamientos, inestabilidad y acontecimientos imprevisibles en esa eternamente explosiva región.
Moscú por el contrario, ha fijado una posición más sensata, declarando que Jerusalén Oeste es la capital de Israel, y Jerusalén Este la capital de Palestina.